
Hay algo que siempre me ha inquietado: la idea de que la música pudiera perder su alma. Que el acto humano, imperfecto, lleno de emoción y matices, fuera reemplazado por la repetición automática, por ritmos prefabricados que no evolucionan… que solo se reciclan.
Y esa inquietud comenzó —lo admito— con el reggaetón.
No por moda, no por polémica, no por ser “el tío gruñón”, sino por algo más profundo: la simplicidad repetida una y otra y otra vez, ese loop interminable que no invita al intelecto ni al crecimiento artístico. Esa sensación de que estábamos apostando todo a la inmediatez, a lo fácil, a lo que no requiere disciplina ni dominio de un instrumento.
Porque sí, la computadora me ayuda a potenciarme y amo lo que logro con una computadora, pero no es un vehículo para expresar emociones en tiempo real.
No vibra cuando la presionas más fuerte.
No respira contigo.
No improvisa por accidente.
No se equivoca bonito.
Un piano sí.
Una guitarra también.
Un bajo, ni se diga.
La computadora ayuda. Pero no sustituye la conexión humana que ocurre cuando alguien hace música con sus manos, en tiempo real, desde su estado anímico exacto en ese instante. Y por eso tampoco soy fan de ver a DJs haciendo “punchis punchis” encima de más “punchis punchis”. No es ejecución. No es expresión inmediata. No es dominio.
Durante un tiempo pensé que, colectivamente, estábamos aceptando la idea de que la música ya no era algo para especializarse, sino algo para automatizar.
Y lo confieso: me preocupé.
Pensé que la juventud iba a perder esa chispa de querer ser mejor.
Que venía una oscuridad después de la era del beat reciclado.
Pero ahí… me equivoqué.
La esperanza no murió: solo estaba esperando su turno
Porque, a pesar de todo, la música sigue encontrando guerreros.
Personas tercas, disciplinadas, obsesionadas con explorar más allá.
Y este año lo confirmé.
Dos ejemplos me mostraron que la música sigue viva:
El Tiny Desk de Willow: prueba de que el virtuosismo no murió

Hace un año apareció ese Tiny Desk y fue, sin exagerar, un golpe de esperanza.
Cuatro músicos jóvenes tocando con un nivel que pensé que ya no veríamos:
- Un pianista que interpreta melodías complejas con maestría.
- Una guitarrista que toca exactamente lo necesario, ni una nota más con precisión quirúrgica.
- Mohini Dey, una bajista que raya en lo sobrenatural que verla interpretar explora la cabeza.
- Una baterista impecable, sonriendo mientras toca como si el mundo fuera bueno otra vez y como si no perder el timing fuera cosa de novatos.
Esa música no la hace una computadora.
No la hace un DJ.
No la hace un algoritmo.
Esa música sucede solo cuando ves a cuatro personas ejecutando con disciplina, con amor, con años de práctica acumulados en los dedos.
The Warning: disciplina mexicana a contracorriente
Después están las chicas de The Warning.
Criticadas por cantar en inglés.
Ignoradas por quien no entiende lo que significa dominar un instrumento.
Pero qué maravilla verlas. Qué maravilla ver a alguien disfrutar su guitarra y su batería con esa seguridad, esa entrega… Porque la música se siente.
Y ellas… la sienten, la viven y hace que reviva el Rock!
José Macario Tobar: incluso en géneros que no comparto, hay luz

No soy fan del regional mexicano, pero verlo a él y ver a su generación tocando instrumentos reales, estudiándolos, dominándolos, experimentando… eso ya es una victoria en un mundo que privilegia la simplicidad.
Porque el instrumento importa, la ejecución importa, el esfuerzo importa.
Y aunque la letra no siempre sea poética, si que refleja el mundo que están viviendo, no estamos en el mejor momento en la historia de México, pero por algún lado tiene que salir esa energía potencial guardada y que mejor que por la música, por la voz y por las manos.
Música real, No loops, No plantillas, No presets.
La conclusión que me deja este año
Con todo en contra —la inmediatez, la cultura de lo rápido, la obsesión por lo fácil— siempre aparecerá gente terca que quiere empujar más allá los límites de la creatividad.
Siempre habrá alguien queriendo tocar mejor, alguien que dedica horas a un instrumento, alguien que decide que vale la pena ser artista de verdad.
Y eso, para mí, basta para tener esperanza.
Este fue mi último blog del año en esta serie musical de ITA TECH.
Si leíste estos 10 artículos, si coincidimos en gustos, si te acompañé en algún momento con estas reflexiones… gracias!
Gracias por seguir esta serie, gracias por compartir este camino y gracias por creer que, incluso cuando la industria se llena de ruido, la música sigue siendo un acto humano y hermoso.
¡Nos vemos en 2026!
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