
Iba caminando después de una noche lluviosa para llegar a casa y mis pasos resonaban en las banquetas húmedas con cierto ritmo, pero parecía que el ritmo de mis pasos era acentuado por otro de igual frecuencia, un tan… tan… tan… rítmico, hipnótico. Era una simple gota cayendo sobre un toldo que coincidía con la velocidad de mis pasos. Persistente, monótona, pero con cadencia.
No pude dejar de pensar en Frederic Chopin y que tal vez esa gotera que cuenta la leyenda que escuchaba en el cuarto de su habitación generó una de sus obras más bellas.
El Preludio Op. 28 No. 15 en Re bemol mayor, también conocido como “Raindrop Prelude” o Preludio de la gota de lluvia, es sin duda una de las obras más hermosas y melancólicas del repertorio romántico para piano. Pero lo que la hace más impactante no es solo su estructura o sus modulaciones, sino su origen: una historia que mezcla enfermedad, encierro, fiebre… y eso… una gotera.
Chopin en Mallorca: Paraíso bajo tormenta
En 1838, Frédéric Chopin, ya gravemente afectado por la tuberculosis, buscaba un clima más benigno para aliviar sus pulmones. Siguiendo consejo médico, viajó junto con su pareja, la escritora George Sand, a la isla de Mallorca. Lo que debía ser una estancia paradisíaca se convirtió en un martirio climático.
Las lluvias no cesaban. El cuarto que ocupaban en un antiguo monasterio estaba húmedo y helado. Chopin apenas podía respirar. Y para colmo, como si el universo hubiera querido dejar una marca sonora en su sufrimiento, una gotera golpeaba constantemente el tejado.
Tan… tan… tan…
Ese sonido, monótono pero inevitable, fue penetrando su febril inconsciencia. Y ahí, en medio del encierro, la fiebre y la lluvia, nació uno de los preludios más conmovedores jamás escritos.
¿Música descriptiva o pura sugestión?
En teoría, la música de piano —como la de muchos instrumentos solistas— es abstracta. No tiene palabras, no tiene imágenes y no se pueden hacer referencias tangibles a elementos de nuestra realidad. Pero este preludio sin duda huele a humedad. Suena a encierro. El motivo repetitivo de la mano izquierda no solo marca el tiempo: es una gota de agua, cayendo sin piedad, un metrónomo de angustia y belleza que va contando el paso del tiempo, de la vida como un reloj de arena.
La pieza avanza con una aparente calma positiva, como la resignación del enfermo que encuentra un poco de luz en la oscuridad, pero luego, súbitamente, modula a Do sostenido menor. La armonía se oscurece. En lugar del murmullo de lluvia, escuchamos los truenos a lo lejos, el crescendo de una tormenta emocional. Los acordes golpean como relámpagos. La tensión sube. El alma de Chopin se sacude y nosotros con ella.
Justo cuando parece que no puede más, ante la resignación, ante la fatalidad… la calma regresa. Como si la tormenta no hubiera sido más que una pesadilla, un mal sueño con el consuelo de que solo eso fue.
Un viaje emocional, un testimonio humano
En este preludio no hay palabras, pero hay historia. No hay letra, pero hay narrativa. Es un viaje breve —dura apenas cinco minutos— que sintetiza una experiencia humana compleja: la enfermedad, el aislamiento, la desesperanza… y también la belleza que se encuentra en lo más simple. En este caso: una gotera y unas vacaciones o descanso frustrados por días tormentosos.
No sabemos si Chopin realmente quiso que lo interpretáramos así. Él nunca tituló la obra como “de la lluvia” o en referencia a una gota contando el tiempo. Tampoco dejó una carta explicando su inspiración. Pero George Sand, su entonces pareja lo confirma en sus memorias: una noche, mientras Chopin deliraba, murmuraba con pánico que escuchaba el sonido de gotas cayendo “como si fueran clavos sobre el techo”.
¿Fue tortura o música? ¿Pesadilla o génesis?
Quizá ambas.
Música como memoria sensorial
Escuchar este preludio es como abrir una ventana a los sentimientos de Chopin, es la prueba de que la música puede ser memoria, ambiente, y retratar instantes de tiempo. La música puede hacernos oler la tierra mojada, oír el eco del encierro, sentir el peso de la fiebre, la fragilidad de la vida, el paso del tiempo implacable y, aun así, encontrar consuelo.
Por eso, cuando llueve en la ciudad y una gota cae sobre el toldo en sincronía con mis pasos, no solo escucho agua, escucho historia, escucho a Chopin en su cuarto sentado frente al piano tocando una nota que cae como granos de un reloj de arena.
Y en este #itatech2025 Año de la Música, te invito a detenerte un instante, a cerrar los ojos, y escuchar Op. 28 No. 15 en D Flat Major interpretada por Grigory Sokolov que en mi opinión es de las interpretaciones más bellas de ésta obra:
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